En el claustro del monasterio de Santa Maria la Real de Nájera nos encontramos con la sepultura de don Diego López II de Haro. A su lado está enterrada también su segunda mujer, doña Toda Pérez de Azagra, hija del Señor de Estella.

Segundo señor de la casa de Haro y quinto señor de Vizcaya. Nacido en Nájera hacia el año 1152.

Fue uno de los nobles y guerreros más importantes de la Edad Media hispana. Mano derecha del rey Alfonso VIIIParticipó en dos de las más famosas batallas de la Reconquista: Alarcos, donde sufrió el descrédito de la derrota y las Navas de Tolosa

El 16 de julio de 1212 dirigió las tropas castellanas en la batalla de las Navas de Tolosa contra las tropas sarracenas de Miramamolín Al-Nasir. Fue el que inició las hostilidades contra la línea de frente sarracena en este histórico día. Mientras los reyes esperaban su momento para actuar en la fase final de la batalla en la retaguardia, Diego López estuvo en todo momento encabezando la caballería pesada de Castilla.

Durante todo el transcurso de la batalla estuvo luchando y exponiendo su vida en la vanguardia, en lo más duro de la refriega. Junto a él estaban varios de sus familiares que seguían al jefe de la casa de Haro. 

Antiguamente la corporación municipal de Nájera acudía ante el sepulcro de Diego López de Haro para que. simbólicamente, el señor de Haro ratificara las elecciones de los cargos. Le preguntaban tres veces si estaba de acuerdo y ante su silencio se aplicaba “el que calla otorga”. Así Diego desde su tumba autorizaba los nombramientos. Era una muestra de respeto de los nejerenses hacia su paisano más apreciado. 

Escudo de los López de Haro anterior a la batalla de Las Navas de Tolosa

Sobre el sepulcro del guerrero podemos ver el escudo de los Haro. Hasta ese momento usaban dos lobos como referencia a su apellido López (lupus, lobo en latín).

A partir de la batalla de las Navas de Tolosa los lobos se representaron con cordero atrapados en su fauces. Es una alusión al valor de los Lobos-Lope en la batalla y del botín conseguido para la victoria. 

Escudo de los López de Haro en el sepulcro de don Diego López II de Haro.
El escudo de armas familiar, dos lobos negros en campo de plata, fue modificado por Diego, que colocó dos corderos sangrientos atravesados en la boca de los lobos, por la sangre derramada en la batalla.

Dicen que la noche anterior a la batalla de las Navas de Tolosa, el hijo mayor de don Diego López de Haro, que iba a mandar la vanguardia y cuerpo central castellano de las tropas cristianas contra el inmenso Ejército almohade, le dijo a su padre:

– «¡Que por mañana padre, no me llamen hijo de un traidor!»

A lo que don Diego respondió:

 – «Hijo de puta si podrán llamártelo, pero hijo de traidor, no». Y se fundió en un abrazo con su hijo, de su mismo nombre, a quien por algo llamaban Cabeza Brava y que al día siguiente cabalgaría a su lado.

 Ambos sabían el porqué de sus palabras y el decirlas allí. A don Diego, que tantos años había sido alférez real del rey Alfonso VIII, soportaba malas murmuraciones sobre el después de la terrible derrota de Alarcos, donde mandó la retaguardia y viendo la batalla perdida y el tras sacar al rey y lograr que dejara el campo y escapara con apenas 20 caballeros hacia Toledo, hizo retirar la tropas supervivientes y que se refugiaran en el castillo de Alarcos. Evito así la completa matanza y después logró, con el conde Pedro Fernández de Castro, pasado y al servicio de los almohades que el califa Al Mansur aceptara un aman, un canje por cautivos musulmanes y entrega de rehenes, que permitió salir y salvarse a lo que quedaba del Ejército castellano.

 

El rey comprendió la prudencia y la valía de su decisión y le mantuvo como su alférez real, pero sus rivales, los Lara, la más poderosa familia, cuyo cabeza, don Nuño, había sido hasta su muerte en el cerco de Cuenca, su ayo, preceptor y lo más parecido a un padre que conoció desde niño y huérfano el soberano, azuzaron la insidia sobre su persona acusándole de cobardía y cuando más tarde tuvo desavenencias puntuales y por un tiempo se desnaturó de él, arreciaron su inquina y propalaron la infamia. Don Diego, tras haber incluso reconocido don Alfonso que se había propasado para mal con él, lo había recuperado a su lado y entregado la enorme responsabilidad de dirigir sus tropas en la más crucial de la batallas. Pero la alferecía real había sido puesta en manos de hijo de don Nuño, el conde Álvarez Nuñez de Lara. Y la rivalidad entre ambas familias había llegado a la fogatas de quienes aguardaban al amanecer para vencer o para morir.

Era tal la confianza que Alfonso VIII tenía depositada en López de Haro, que le encargó el reparto del botín de guerra. «No quiero más, Señor, sino que al monasterio de Santa María la Real de Nájera se le devuelvan la villa y honor del puerto de Santoña, que los antepasados de Vuestra Alteza antiguamente le donaron», reclamó el noble riojano a su amigo el rey, cuando éste le preguntó por qué nada se quedaba para sí.

Diego López de Haro murió en 1214, dos años después de las Navas. Semanas después falleció Alfonso VIII.